jueves, 25 de octubre de 2012

ABSTRACIÓN A LA SZYSZLO: Fernando de Szyszlo


Extracto de una entrevista de: Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio realizaron para el No. 16 de la revista Común Presencia 

Szyszlo había nacido en Lima en 1925, hijo de un científico polaco y de una peruana del litoral. Estudió en la Escuela de Artes de la Universidad Católica. En 1947 viajó a París donde trabó inmediata amistad con Octavio Paz, su generoso lazarillo cultural, quien le presentó a varios integrantes del grupo Surrealista, y a otros creadores que serían fundamentales en el encuentro de sus ojos. 

La mañana prometida subimos las escaleras de la galería Sextante con excesiva precaución, guiados por su director: Luis Ángel Parra. Cerramos la puerta del salón dispuesto para nuestro diálogo y Szyszlo, ubicando su silla de una forma casi escenográfica, buscó un fuerte contraluz y afirmó mientras preparábamos la cámara:
FdS: Si me hacen una fotografía en este lugar parecerá tomada por Rembrandt.
Escuchándolo recordamos que en sus inicios él se había obsesionado por el chiaroscuro y que la contrastada técnica de Tiziano y Tintoretto fue parte fundamental de su aprendizaje, aplicada muchas veces en la iluminación de sus pinturas abstractas.
 
En su obra –comenzamos preguntando–, la explícita fusión del arte contemporáneo con las expresiones precolombinas, ¿es un intento por recobrar lo sagrado? 
Breton usaba el concepto de sagrado laico; de lo hierático sin religión, sin dios. Yo creo que la pintura tiene una comunicación mística, aunque esa palabra esté contaminada. Porque lo sagrado es lo inexplicable, lo que está por encima de nosotros, lo que no podemos ver y sin embargo nos hace verdaderamente existir.

Vargas Llosa en un ensayo habla de su pintura como una reminiscencia de lo Inca. ¿Pero no sería más apropiado hablar de recreación o reivindicación?
Creo que sí. Yo he vivido muy cerca del arte precolombino, no sólo peruano, sino mexicano, colombiano… El gran Rilke en alguna parte dice: «para escribir un poema hay que haber amado, sufrido, gozado, visto nacer y visto morir; después debemos olvidar esas sensaciones para que cuando regresen estén hechas de sangre y surja la obra». Por eso pienso que es necesario tomar directamente del arte precolombino muchas cosas ya olvidadas, porque están digeridas, han sido bien expresadas. En el arte primitivo la forma no cuenta: no es más que el envoltorio de una sensación, de un sentimiento. Y el artista primitivo se cuida poco de cómo aparece su mensaje, pues el contenido es lo esencial.
  
También artistas como Gauguin, quien vivió sus primeros años en el Perú, emprendieron una búsqueda perturbadora del tiempo original…
Sí… Vargas Llosa estaba escribiendo hace un par de años sobre Flora Tristan y su nieto Gauguin, y me invitó a seguir los pasos de ese incesante viajero. Estuvimos en el sitio donde vivió con Van Gogh en Arlés… Fuimos al asilo de Saint-Remy; allí parece que se hubiera detenido el tiempo. Estuvimos en Auvers, al noroeste de París donde se pegó el tiro. Fue un itinerario maravilloso. Luego Mario fue a Tahití, e incluso a Las Marquesas, que son el lugar más isleño del mundo (más apartado de cualquier continente), a ver la tumba de Gauguin. Y allá fue donde el Koke, como lo llamaban, intentó encontrar el paraíso. Vargas Llosa en su reciente novela recrea sus vidas, y sostiene que ambos fueron perseguidores de utopías. Su abuela Flora persiguió la utopía socialista y Gauguin un sueño estético; que pagaron muy caro porque los dos fueron devorados por sus búsquedas.

¿Cuándo advirtió en su obra lo que ha denominado la temible soledad creativa?
Al llegar a París en el año 49, ya estaba interesado en lo precolombino, e incluso había utilizado una primitiva técnica peruana, tomada de la cultura Chancay. En esa fascinante ciudad se estaba dando la explosión del arte abstracto de postguerra y creadores como Arp, Janko y Poliakov, estaban en la mira de los críticos. Para mí eso fue determinante y sin proponérmelo comencé a vincular las experiencias de estos artistas contemporáneos con lo que traía en mi sangre. Pero como el camino es arduo y a veces desesperanzador, sólo en una exposición que hice en 1959 en México vislumbré aquello que he perseguido toda mi vida, y se puede decir que desde ese momento pude dibujar mi rostro. Luego de regreso a Lima y con la brújula de la maravillosa Elegía a la muerte del Inca Atahualpa, traducida al español por Arguedas, hice una serie de cuadros y comprendí que ya no tenía retorno. Que estaba solo en mi búsqueda, que en adelante sería el solitario Fernando de Szyszlo. 

¿Qué arcoiris negro es este arcoiris que se alza?  
Sí, a eso me refiero… Es uno de los más conmovedores poemas que conozco. Tiene versos deslumbrantes: «Sus dientes crujidores ya estarán mordiendo la bárbara tristeza/ se han vuelto de plomo sus ojos que eran como el sol,/ ojos de Inca». En 1962 expuse mi serie inspirada en la gran elegía, en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima, y aunque usaba mi propio lenguaje como acabo de decir, era plano: no había ingresado en la tercera dimensión. Y aún tenía una filiación abstracta, porque después mi pintura comenzó a sugerir figuras, mesas rituales, máscaras, paisajes…

¿Cuál es su relación con el mexicano Rufino Tamayo, quien emprendió un itinerario semejante en búsqueda de sus raíces…?
La única relación verdadera que uno puede tener con alguien es la admiración, el afecto; lo demás es nocivo. Él era un artista digno de ser plagiado. Hay un texto de Octavio Paz donde confiesa que durante su juventud cuando buscaba la modernidad (para hacerle caso a Rimbaud) tuvo la suerte de ver alguna exposición de Tamayo que lo llevó a una de las reflexiones más decisorias de su obra: «en esos colores salvajes, en ese mundo misterioso descubrí que estaba el origen, y que ser moderno era ir hacia nuestras raíces…» En otras palabras, no era ir al exterior, sino hacia adentro… Y a mí su obra también me deslumbró. Cuando uno comienza todo se desarrolla a gran velocidad. En mi primera exposición había seis cuadros cubistas. En la segunda, mi influencia de Picasso y Braque se había desviado hacia el universo de Tamayo. Iba por buen camino, creo. Es en nuestras profundidades donde nos hacemos contemporáneos.

Harold Bloom en La angustia de las influencias dice: ¿quién escribió mi poema? Alguna vez se ha hecho la pregunta: ¿Quién pintó mi cuadro?
Sí… Cuando viví en Florencia un amigo arquitecto quiso enseñarme una de sus casas construida en las afueras… Al observarla le dije que tenía una gran influencia de Frank Lloyd Wright. Y él replicó: «pero eso no tiene importancia, el que no es hijo de alguien es hijo de puta…»

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Algunos de sus trabajos:







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