viernes, 17 de diciembre de 2010

Mis ilustraciones

Acá alguna de mis ilustraciones en painter, photoshop, mano alzada y con tablero digital

El tunche (Ilustración en photoshop)


Azul (Oleo 40x60)


Matando a Papa Noél (Ilustración en Photoshop)


Medios (Acrílico sobre cartulina)



jueves, 16 de diciembre de 2010

Ilustraciones Hoisel

El diseño, la ilustración y el humor gráfico aunque estrechamente ligados las más de las veces parecen estar reñidos uno con el otro en una misma persona. No es el caso del Sr Tiago Hoisel
A continuación alguna de sus ilustraciones, si les gusta visiten su blog.
http://hoisel.zip.net/

 


 

 


La melancólica muerte del chico Ostra (Tim Burton)


Extracto del libro del mismo nombre


Se le declaró en la costa,
y en la playa fue la boda.




Su larga luna de miel
en la isla de Capri fue


Para la cena el mesero
les puso un solo platillo:
un gran caldo de mariscos.
La novia pidió un deseo.




Y el deseo se realizó.
Dio al fin a luz un bebé.
Pero éste ¿era humano o no?
Bueno, quizá. Tal vez.




Diez dedos en pies y manos,
y demás órganos sanos.
Podía sentir y escuchar.
Pero ¿normal? No, ni hablar.
Este engendro antinatura,
Este cáncer indecente,
Era la imagen viviente
de toda su desventura.

Ella se quejó al doctor:
“No es hilo de mi madeja.
¿De donde sacó ese hedor
a salmuera, pez y almeja?”

“Y ha sido usted afortunada.
Yo la semana pasada,
trate a una niña con pico
y tres orejas. ¿Me explico?
Si es mitad ostra su niño,
búsquese a otro a quien culpar.
-Y añadió con cierto guiño -
¿Se ha puesto a considerar
una casita en el mar?”

No sabían como llamarlo.
A veces le decían Carlo
y a veces -con voz perpleja-
“eso que parece almeja”.

Encogido el corazón,
Ninguno en verdad sabía
si el chico ostra algún día
rompería el caparazón.

Los cuatrillizos Montalvo
cierta vez se lo toparon.
Le espetaron un “¡Bivalvo!”
y enseguida se escaparon.

Una tarde en que llovía,
Carlo se sentó en la calle.
Y miró arremolinarse
el agua en la alcantarilla

Aparcada en la cuneta,
conmovida y afligida,
su madre daba salida
a su congoja secreta.

Ya se habían acostado
una noche, y ella dijo:
“Cariño, huele a pescado
y yo creo que es nuestro hijo.
Y aunque dicen que una dama
debe callarse esas cosas,
me parece que le endosas
tus problemas en la cama.”

El probó cuanta loción
pudo hallar en el mercado.
Tenía el cuerpo colorado
y comezón, comezón.
Y de rascar y rascar
la piel le empezó a sangrar

El doctor, tras una pausa, 
dijo: “El remedio a su mal 
podría ser su misma causa. 
Las ostras, como sabéis, 
dan gran potencia sexual. 
Supongo que si os coméis 
a vuestro niño podréis 
saciar el ansia carnal.

Se acerco muy de puntitas, 
muy a oscuras y en celada, 
porque no notara nada 
quien le daba tantas cuitas.
Y en voz muy baja le dijo: 
“Carlo queridísimo, hijo: 
no quisiera interferir 
ni causarte desconsuelo. 
Pero ¿has pensado en el cielo, 
o te has querido morir?”

Carlo parpadeo al oírlo 
pero no le dijo nada.
Su papi apretó el cuchillo 
y se aflojó la corbata.

Cuando lo levantó en vilo, 
Carlo le mojó el abrigo. 
Y en su boca ya la valva, 
se escurrió por su garganta.

En la costa lo enterraron, 
en la arena, junto al mar.
Una oración murmuraron 
y se fueron a cenar.

Una cruz que daba pena 
marcaba su sepultura 
y unas letras en la arena 
prometían vida futura.

Pero al subir la marea 
una ola grande y fea 
borró sin pena ni gloria 
para siempre su memoria.

De regreso en el hogar, 
él se le empezó a acercar.

Le besó y le dijo: “Bella, 
hagamos otra faena.”
“Pero esta vez –susurró ella- 
pidamos que sea una nena.”